unagente ezpezial
Los conejos no son lo que parecen...
domingo, 15 de agosto de 2010
Reencontrando el paraíso
martes, 13 de julio de 2010
Algo en el camino
La carretera cruje debajo del auto. El motor ronronea, como si una bestia se escondiera detrás del tablero. Escucho sus gemidos, cuando hago arrancar el auto. Me gruñe cuando fuerzo demasiado las viejas ruedas. Sólo veo un metro de la carretera delante de mí y, después del negro abismo nocturno, lejanas luces encendidas en lejanos pueblos. Con una mano en el volante y la otra tocándome los labios, voy pensando en las historias de terror que me contaron sobre los que de noche transitan estas rutas. Una de mis favoritas es la gritona. Una mujer vestida de blanco corre a tu lado por los pastizales, con tu visión periférica apenas puedes distinguir una mancha blanca que se recorta del fondo borroso. Pero si te das vuelta a mirarla, y esto es lo que siempre recomiendan que no hagas, ella te devuelve la mirada. Al instante siguiente está pegada a tu oreja gritando. Y nunca va a dejar de gritar en tu oído. Es fácil adivinar lo que sigue, no podrás soportar por mucho tiempo... La verdad, me gusta la carretera de noche. Hay una sensación que no se bien como describir. La soledad, el rugido del motor, el campo abriéndose en cada recodo, el miedo a las leyendas. El saber, o imaginar, que tanta gente esta durmiendo. Me deja una sensación de silencio. Hay una ausencia que fluye por el camino. El asfalto es un libro abierto, se le escapan las palabras por las líneas punteadas. Entre los campos de trigo, ya no le temo a los mitos, los espantapájaros me protegen. Pero no siempre hay trigo. En esos tramos de la ruta, entre pueblo y pueblo, donde no hay luces brillando cerca, puedo ver más estrellas que nunca en mi vida. A veces, si no llevo mucha prisa, paro un rato al costado de la ruta y miro el cielo, pero siempre al lado de los cultivos. Me quedo así un rato, me dejo perder entre la inmensidad del cosmos y la magnitud de las estrellas. En esos momentos me pongo más existencialista y melancólica que de costumbre. Pero ahora no puedo, estoy apurada. Mi viejo se enfermó, parece que es grave. Le voy a hacer un espantapájaros, para que los cuervos no se lo lleven. Cuarenta años viviendo en la casa de mis padres, y se va a enfermar así cuando no hace ni un mes que me fui. Me gusta pensar que debajo del piso de los colectivos hay criaturas escondidas, refunfuñan cuando el motor chirría. Pienso lo mismo de mi auto, pero éste está escondido en el motor. Su corazón metálico bufa, cuando piso a fondo el acelerador. Otra leyenda que me gusta, aunque no se aplica a la ruta, es... pero qué...
Entre la confusión del choque, no se si estoy cayendo o levitando.
Se me revuelve el estomago.
El auto se detiene después de haber rodado por la ladera.
Por supuesto, queda boca abajo.
¿Qué pasó?
Estaba pensando en los bichos que hay en los colectivos.
La carretera vacía.
Vacía.
No.
Sangre.
Había algo.
Sangre.
Pero fue tan rápido.
Se desvaneció.
Como un sueño.
Al despertar.
Sangre.
Por un instante.
Es real.
Después.
Lo olvidás.
Como si nunca.
Hubiera pasado.
Sangre.
Pero sabes.
Que estuvo.
Ahí.
Sangre.
Pero sabes.
Que hubo algo.
Que no podes.
Recordar.
Y esa sensación.
Te mata.
Sangre.
Algo.
En el camino.
Por qué sangro tanto.
Había algo.
No puedo.
Recordar.
Lo había.
Visto antes.
La sangre.
Hay algo.
Caminando.
En el techo.
Una pisada.
Dos.
La soledad.
De la carretera.
Otra pisada.
La sangre.
Había algo.
Hay algo.
Aunque no.
Se aplique.
A la ruta.
Las pisadas.
El dolor.
La sangre.
miércoles, 24 de junio de 2009
Llamando la lluvia
Puedo escuchar su voz, y no dejo de recordarte, quebrandome alas, buscando la herida que me abriste en la línea del corazón.
Puedo escuchar al viento, llamando a la lluvia.
lunes, 11 de mayo de 2009
Entre la bruma marina.
(fragmento)
viernes, 8 de mayo de 2009
Diente de León
